lunes, 19 de abril de 2010

Ockham y la filosofía moderna






acia finales de la Edad Media, en Oxford, Inglaterra muchos franciscanos y dominicos participaban activamente de la vida de la Universidad. Entre los franciscanos se encontraba Guillermo de Ockham.
Ockham fue un fraile de una inteligencia privilegiadamente aguda y filosa como una navaja. Capaz de encontrar sutiles distinciones y clasificaciones en cualquier tema que estudiara. Su rigor lógico lo llevo a elaborar un método filosófico propio que consistía fundamentalmente en el análisis proposicional. Ockham investigaba el tipo de entidades que los conceptos significaban en tanto partes de los enunciados que la inteligencia forja al conocer.
Por esto útlimo la teoría del conocimiento del fraile tendrá como eje la naturaleza del concepto como signo mental y como parte del enunciado.
Para comprender al concepto como signo mental conviene antes entender qué es un signo. Un signo es algo que muestra otra cosa al intelecto. Ockham distingue dos tipos de signos aquellos que precisan un conocimiento previo de lo que significan, y aquellos que son el primer conocimiento de lo mismo. Es decir, hay signos que sólo significan otra cosa si el sujeto tuvo previamente alguna experiencia del significado, así si uno ve p.ej. el signo que aparece a la derecha, denominado ANK no ve un signo, sino una cosa (en el mejor de los casos tiende uno a pensar en una cruz dada su semejanza). Sin embargo, si hubiera entre uds. alguno que se haya dedicado a estudiar la cultura egipcia inmediatamente no estaría viendo un dibujo similar a una cruz sino el signo de la vida eterna, pues para los egipcios eso era. Por eso, una cosa son los signos que significan en base al recuerdo, y otra los que lo hacen por primera vez. Entre estos últimos se encuentran los conceptos.
En efecto, lo que hace un concepto es traer al intelecto por primera vez una cosa que estaba fuera de él.
Ahora bien, el pensamiento de Ockham anti-platónico desde la raíz (aún cuando por momentos aparezcan resabios de esta filosofía heredados del agustinismo) y esto se manifiesta en su negación rotunda de la existencia real y actual de esencias universales. Pero entonces, ¿cómo es que nuestros conceptos mentales son universales? ¿cómo es que pensamos ideas que se aplican a muchos, la idea de hombre, de animal, de árbol, de virtud, etc.? ¿A qué responden estas ideas, dado que no lo hacen al mundo real pues allí sólo hay seres singulares?
Por eso fray Guillermo distingue dos tipos de conocimientos, el conocimiento intuitivo (notitia intuitiva) y el abstractivo (notitia abstractiva). El intuitivo mientras vivamos en este mundo y nuestra alma esté unida al cuerpo, viene siempre acompañado de un conocimiento intuitivo sensible. Todo conocimiento intuitivo es conocimiento de los entes singulares en su absoluta singularidad. Cuando hay un conocimiento intuitivo de un árbol, es un conocimiento de este árbol concreto que se me presenta a mi mirada. Pero el conocimiento intuitivo permite a la inteligencia forjar un conocimiento abstractivo. Se denomina así porque es un conocimiento del mismo árbol pero haciendo abstracción de sus características innecesarias. El conocimeinto abstractivo es el concepto universal. Su universalidad consiste en que representa de manera confusa a este árbol concreto y, por lo tanto, servirá para representar a todo individuo que se le parezca.



La huella que deja Ockham a la posteridad es la distinción entre intuición y abstracción, entre un conocimiento singular y un conocimiento universal. Con el tiempo se irá borrando la línea que separa el conocimiento intuitivo intelectual del conocimeinto intuitivo sensible del objeto singular y quedarán dos opciones: el conocimeinto de experiencias y el conocimiento de ideas. Esta división dio lugar a las dos corrientes más fuertes del pensamiento moderno: el empirismo del lado de la experiencia y el racionalismo del lado de las ideas.

lunes, 5 de abril de 2010

Para encarar el relativismo


El relativismo consiste en afirmar que cada uno tiene su propia concepción de las cosas y que, por tanto, no se puede hablar de una única concepción que sea la verdadera. En estas condiciones o no hay verdad, o no hay una única sino que cada uno tiene la suya.
Este argumento tiene una parte irrefutable y otra falaz. La parte irrefutable es el hecho concreto de que cada uno ve la realidad desde su propia perspectiva, influido por todo su trasfondo histórico-cultural-psicológico-social-etc... No hay duda. Nadie puede negar esta premisa sin caer en el absurdo. Sin embargo, hay una falacia en el paso de esta premisa a la conclusión. Se afirma que en virtud de la primera no existe una verdad absoluta pero debería concluirse que no hay una concepción absoluta, lo cual ya se afirmó en la premisa. Pero ¿concepción del mundo es lo mismo que verdad? No. Se dice verdadera la afirmación que concuerde con la realidad. Por tanto, una concepción será más o menos verdadera en tanto se acerque o se aleje de lo que las cosas son.
Ahora bien - y este es el punto que voy a ampliar aquí -, ¿cómo sabemos cuando una afirmación concuerda o no con la realidad?
Se abre entonces una segunda cuestión aneja a la anterior, y es la cuestión del método del conocimiento. El método, entonces, es el modo de constatar la verdad de una afirmación.
Para poder discernir el método adecuado, es preciso detenerse a los términos de la afirmación en cuestión y a la naturaleza de la misma. Si se trata de una afirmación del conocimiento científico, si es una sentencia filosófica, si es un dogma de Fe. Cada una se resuelve aplicando el método propio.
Los enunciados de las ciencias empíricas se resuelven siguiendo el método científico. Alguien me preguntará, ¿alcanzan una verdad absoluta? Yo le diré, depende. Depende de cuán observable sea la entidad estudiada. Si se tratara de una entidad completamente observable como por ejemplo, un hueso, la sangre, el cerebro, o una estrella, se podrá conocer con certeza todo aquello que podamos observar de él. Si se trata de una entidad hipotética (p.ej. un átomo), quedará sujeta siempre a reformulación y ajustes de acuerdo a las observaciones de los fenómenos que supuestamente explica.
Los enunciados de las matemáticas se resuelven siguiendo el método matemático: Los sistemas axiomáticos. Se trata pues de reducir todo enunciado a las definiciones de los objetos que trata y a los axiomas y postulados de los que parte.
Los enunciados filosóficos deben resolverse en los primeros principios del ser y del conocer. El principio de no-contradicción, el de identidad, el de tercero excluido, y otros. Las verdades filosóficas, al igual que las teológicas, tienen la desventaja de que versan sobre cuestiones que nos son claves para vivir en el mundo. Las verdades filosóficas nos comprometen hasta el fondo. Si bien en todo son más ventajosas para nosotros, sin embargo, son más difíciles de aceptar. Una verdad matemática no nos cambia la vida. Tampoco lo hace una verdad física, pero las filosóficas (como la de todas las humanidades) nos tocan muy de cerca. Esto arrastra las discusiones y dificultades en las que se enroscan los filósofos cuando expresan sus intuiciones.
En el caso de la teología, o la fe. Las verdades deben resolverse en las fuentes de la revelación previamente aceptada por la propia voluntad. Es cierto que hay algo de "irracional" en la Fe, y es la aceptación de los principios, pues los aceptamos no porque nuestra razón nos "obligue" sino porque nos parece fidedigno el testigo que nos lo enseña: Jesucristo (en el caso de los cristianos). Pero los motivos por los que nos parece fidedigno no son nada irracionales. Una vez aceptadas las fuentes de la revelación, solo nos queda escuchar, creer y reflexionar.
De este modo, y por su fragilidad desde el punto de vista humano, la Fe primero y la filosofía después quedan sometidas a las oscuridades y confusiones que pueda sufrir el sujeto de conocimiento.