lunes, 5 de abril de 2010

Para encarar el relativismo


El relativismo consiste en afirmar que cada uno tiene su propia concepción de las cosas y que, por tanto, no se puede hablar de una única concepción que sea la verdadera. En estas condiciones o no hay verdad, o no hay una única sino que cada uno tiene la suya.
Este argumento tiene una parte irrefutable y otra falaz. La parte irrefutable es el hecho concreto de que cada uno ve la realidad desde su propia perspectiva, influido por todo su trasfondo histórico-cultural-psicológico-social-etc... No hay duda. Nadie puede negar esta premisa sin caer en el absurdo. Sin embargo, hay una falacia en el paso de esta premisa a la conclusión. Se afirma que en virtud de la primera no existe una verdad absoluta pero debería concluirse que no hay una concepción absoluta, lo cual ya se afirmó en la premisa. Pero ¿concepción del mundo es lo mismo que verdad? No. Se dice verdadera la afirmación que concuerde con la realidad. Por tanto, una concepción será más o menos verdadera en tanto se acerque o se aleje de lo que las cosas son.
Ahora bien - y este es el punto que voy a ampliar aquí -, ¿cómo sabemos cuando una afirmación concuerda o no con la realidad?
Se abre entonces una segunda cuestión aneja a la anterior, y es la cuestión del método del conocimiento. El método, entonces, es el modo de constatar la verdad de una afirmación.
Para poder discernir el método adecuado, es preciso detenerse a los términos de la afirmación en cuestión y a la naturaleza de la misma. Si se trata de una afirmación del conocimiento científico, si es una sentencia filosófica, si es un dogma de Fe. Cada una se resuelve aplicando el método propio.
Los enunciados de las ciencias empíricas se resuelven siguiendo el método científico. Alguien me preguntará, ¿alcanzan una verdad absoluta? Yo le diré, depende. Depende de cuán observable sea la entidad estudiada. Si se tratara de una entidad completamente observable como por ejemplo, un hueso, la sangre, el cerebro, o una estrella, se podrá conocer con certeza todo aquello que podamos observar de él. Si se trata de una entidad hipotética (p.ej. un átomo), quedará sujeta siempre a reformulación y ajustes de acuerdo a las observaciones de los fenómenos que supuestamente explica.
Los enunciados de las matemáticas se resuelven siguiendo el método matemático: Los sistemas axiomáticos. Se trata pues de reducir todo enunciado a las definiciones de los objetos que trata y a los axiomas y postulados de los que parte.
Los enunciados filosóficos deben resolverse en los primeros principios del ser y del conocer. El principio de no-contradicción, el de identidad, el de tercero excluido, y otros. Las verdades filosóficas, al igual que las teológicas, tienen la desventaja de que versan sobre cuestiones que nos son claves para vivir en el mundo. Las verdades filosóficas nos comprometen hasta el fondo. Si bien en todo son más ventajosas para nosotros, sin embargo, son más difíciles de aceptar. Una verdad matemática no nos cambia la vida. Tampoco lo hace una verdad física, pero las filosóficas (como la de todas las humanidades) nos tocan muy de cerca. Esto arrastra las discusiones y dificultades en las que se enroscan los filósofos cuando expresan sus intuiciones.
En el caso de la teología, o la fe. Las verdades deben resolverse en las fuentes de la revelación previamente aceptada por la propia voluntad. Es cierto que hay algo de "irracional" en la Fe, y es la aceptación de los principios, pues los aceptamos no porque nuestra razón nos "obligue" sino porque nos parece fidedigno el testigo que nos lo enseña: Jesucristo (en el caso de los cristianos). Pero los motivos por los que nos parece fidedigno no son nada irracionales. Una vez aceptadas las fuentes de la revelación, solo nos queda escuchar, creer y reflexionar.
De este modo, y por su fragilidad desde el punto de vista humano, la Fe primero y la filosofía después quedan sometidas a las oscuridades y confusiones que pueda sufrir el sujeto de conocimiento.

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